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#VozEnOn


 

 La verdad de las mentiras

   

MIGUEL ÁNGEL OESTE

     

           

Ilustración: Luis Frutos

 

Uno. Hace unos días estuve con un escritor latinoamericano. Me preguntó si estaba escribiendo algo y, aunque no estoy escribiendo nada, le dije que le daba vueltas a una ficción sobre el horror. Entonces me soltó: ¿no estarás escribiendo una novela sobre la guerra civil española? Le contesté que no y quise conocer el motivo de la pregunta. Me señaló que tenía la sensación de que aquella absurda conflagración se había convertido en un tópico que soportaba cualquier género. Y, también, que situar en ella directa o tangencialmente una historia siempre funcionaba. Quizás tuviera razón, más que nada porque los libros sobre la guerra civil española son intentos de descifrar símbolos, comportamientos y hechos que vertebran un país, pero que, en líneas generales, cuando se trasladan a la vida cotidiana (no la novela, sino al discurso) suelen simplificarse para comprenderse, tal vez porque jamás se comprenderá del todo.

 

Dos. En ese momento me puse a pensar en las ficciones que había leído sobre el tema. Eran títulos que atraían la atención de los lectores. Es decir, eran novelas de éxito, que en muchos casos habían tenido adaptaciones cinematográficas. Me vinieron a la cabeza Soldados de Salamina, de Javier Cercas; El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas; Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez; La voz dormida, de Dulce Chacón, o Trece rosas rojas, de Carlos López Fonseca, entre otras. También fueron adaptaciones que convocaron público a las salas. Sin embargo, lo que destaco es que tanto las novelas como las películas trataban de salir del conformismo de la visión sobre aquel hecho que suele parecer agotado. De esa nueva visión o exploración que realiza el novelista se nutre el cineasta. Y, de una manera clara o ambigua, la sitúan o leen con nuestro presente, en el sentido de que los dirigentes permiten cosas que no deberían suceder. Esto no es algo exclusivo de nuestro país, aunque se le da muy bien.

 

Tres. Tal vez por esa razón recordé una secuencia de una ficción que para algunos no aborda dicho conflicto, pero que revela muchas cosas sobre la memoria y los vínculos entre el pasado y el presente. Es la secuencia de El sur, de Víctor Erice, adaptación de la novela corta de Adelaida García Morales, en la que Milagros, a la que da vida una tierna Rafaela Aparicio, le explica a Estrella, interpretada por Sonsoles Aranguren, el enfrentamiento entre su abuelo y su padre, que es su manera de interpretar la guerra civil. Ese momento de la anciana y la niña se llena de sombras y hechos que el espectador puede construir. Porque, como le dice Milagros a Estrella: “en la guerra, los que ganan siempre hacen lo mismo”. Como muchos gobernantes al alcanzar el poder o en casi cualquier ámbito de la existencia cuando se obtiene algo.

 

Cuatro. Los escritores y cineastas volverán a aquel momento por su visión inconformista de la vida y la condición humanista que pretenden trasladar. Por entender lo que no se puede entender y que salta cada día en los medios de comunicación, sea referido a nuestro país o a otras guerras sin sentido. Estas visiones son un recuerdo de que seguimos dentro de la peor de las violencias. Nos sumergimos en ellas para comprender la humanidad y no ser salvajes. De Espoir/Sierra de Teruel, de André Malraux, a Por quién doblan las campanas, de Sam Wood a partir de la novela de Hemingway. Y es que los fantasmas de la guerra civil española son los fantasmas de todas las guerras. Da lo mismo que sean versiones íntimas como Las bicicletas son para el verano, de Jaime Chávarri; o comedias como La vaquilla, de Luis García Berlanga. Los escritores y cineastas están para contar lo que nadie quiere oír. Quizás esa sea la razón de la mirada hacia nuestro pasado, porque otros hacen un uso partidista de él con intereses particulares.

 

           

                                                                                   

                            
                        

                  
                  

Licenciado en Historia y Comunicación, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1972) acaba de reeditar en versión revisada Perro negro (antes, Far Leys, 2014), en torno a la figura del malogrado genio del folk británico Nick Drake. Es autor de las novelas Bobby Logan (Zut, 2011),  Arena (Tusquets Editores, 2020), que obtuvo el Premio Memorial Silverio Cañada en 2021, y Vengo de ese miedo (Tusquets Editores, 2022, premio Finestres de narrativa en 2023). También le asiste experiencia en el ámbito de la literatura infantil y juvenil con los títulos Carlota quiere leer (Anaya, 2020) y Sofía, la hormiga sin antenas   (Anaya, 2022). Forma parte del Comité de Dirección de cine del  Festival  de Málaga y es director de la Semana de Cine de Melilla.                         

     
     

        
       

            

       

       

       

            

            

       

       

       

       

       

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