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La novela Verano en rojo (2012) era su debut, pero ya desde ese primer momento Berna González Harbour logró crear unos personajes carismáticos y potentes, como la comisaria María Ruiz, el informático Tomás o el periodista Luna, a través de una historia de violencia y silencios en el verano de 2010, en pleno Mundial de fútbol de Sudáfrica. La transformación del libro en película homónima, dirigida por Belén Macías y con Marta Nieto o Jose Coronado en el reparto, nos invita a hablar con González Harbour de cine y literatura. Y a descubrir su primerísimo recuerdo infantil en una sala de cine: ¡Tiburón! "Empecé muy arriba con Spielberg, pura emoción e impacto", se sonríe.

Julio y agosto han sido un no parar de noticias que darían para series y películas sobre estos tiempos en plena transformación. Ya me hubiera gustado que Rafael Azcona escribiera una comedia negra, dirigida por Luis García Berlanga, sobre el caso Rubiales... Uno siente que el estado de ánimo global del mundo es el de estar inmerso en El día de mañana, la peli de catástrofes de Roland Emmerich. Pero al mismo tiempo desearía alcanzar algo cercano a los héroes de las películas de Miyazaki, que recibirá el Premio Donostia. O al menos estar predispuestos a experimentar la presencia excepcional de la naturaleza, a creer y relacionarse con normalidad con una dimensión-realidad mágica y alejada de la contaminación de la realidad diaria, hasta merecer el makoto no kokoro (corazón sincero).

Llegamos al final del curso, y uno, que es autocrítico o simplemente un neurótico, se plantea la obligada pregunta: ¿merece la pena una segunda temporada? ¿Han disfrutado los lectores de este espacio o han sentido que el sabor del chicle ya se esfumó? Todos los espectadores han tenido alguna vez esa sensación de que una serie la han estirado más de la cuenta innecesariamente, y este es un efecto que me atormenta. Pero quiero pensar que al menos algunas de estas más de 40 columnas hayan rozado los ánimos de los lectores, tal y como lo hacen las buenas películas y series de televisión. Incluso que en alguna ocasión los textos hayan tenido algún impacto. A eso se aspira en un mundo en el que la cultura se desmorona con la facilidad con que lo hizo el 11-S. Quizás es mejor pensar mientras saboreamos un helado y aspiramos a que todavía la cultura popular tiene el poder de la transformación social.

Quizás Paco R. Baños no sea un cineasta conocido para el gran público, aunque esté detrás de series que sí han contado con repercusión (El hijo zurdo o La peste), pero es uno de esos directores que desde joven ha visto mucho cine y para el que el cine ha sido siempre una manera de descubrir aquello que es importante en la vida. No estrena con frecuencia: le cuesta levantar esas historias más personales y que exponen otra sensibilidad, porque la poética de Baños toca esas zonas menos transitadas. Pero su cine, honesto y sensible, sigue esperando ahí, a que los espectadores lo abracen como se merece. Le hemos preguntado por las películas españolas que más le han marcado y definido, y allá van: El verdugo, Mujeres al borde de un ataque de nervios, El factor Pilgrim, Los santos inocentes y El desencanto. Tiempo, pues, de comentarlas con él y que nos explique los motivos de su selección.

El terror está ahí desde el inicio, desde la niñez. Porque todos tenemos miedos y estos no son más que reflejos de lo que nos sucede como sociedad o individuos, por lo que el género tiene una evidente carga social y política. El terror como una forma de explicar lo que nos rodea, de ver los obstáculos como una exploración y como un mecanismo para indagar en uno mismo y en las trabas que te regala la vida. Y sí, el terror es seguramente uno de los géneros que mejor muta con el tiempo para advertir los temores, inseguridades y demás flaquezas que nos atenazan. Por tanto, el terror dialoga con lo contemporáneo.

Entre los cineastas, intérpretes, productores y demás protagonistas del cine español, Luis Alegre es una persona querida y admirada porque entiende la amistad como algo compartido y expansivo. Desde que lo conozco hace casi 30 años no deja de sorprenderme. Una de sus aficiones es la de relacionar a personas en apariencia muy diferentes, crear amistades que parecen imposibles y establecer momentos o estados de ánimo inolvidables al margen del espacio o las personas, como si lo suyo fuera generar un estado de ánimo de armonía. A veces he pensado que, como los genios de las lámparas mágicas, tiene el poder de ofrecer alegría y confianza a las personas con las que comparte vivencias, como si el propio apellido funcionara como foco, como ese destino del que hablaban las viejas crónicas o se decía de los dioses. A él le interesa la naturaleza humana y la cultiva con una profundidad y honestidad que debería ser clonada.

Las elecciones musicales de las cabeceras de las series de televisión no son azarosas, sino que marcan el tono, describen la constante vital que late en la ficción, los latidos de la historia. Esta circunstancia también se puede atribuir a determinadas películas, pero es en la televisión donde se hace visible. Funciona como guía cada semana. Se pega al título, lo radiografía de una u otra manera. Cuando en una serie se opta por una canción para sintonía de apertura, en vez de por una banda sonora compuesta de manera específica, se está recurriendo a la memoria emocional que acumula esa canción. La canción que abre una ficción televisiva juega un papel esencial en el estado de ánimo con que el espectador se predispone a verla. Lo prepara para introducirlo en un mundo determinado.

Quien lo conoce sabe que Daniel Monzón derrocha cercanía, bondad e inteligencia. Su cine, desde que debutara con El corazón del guerrero, se revela envolvente, a veces perturbador, otras deslumbrante. Pero siempre conmueve de un modo u otro. Monzón ha mostrado desde sus inicios una cierta tendencia hacia el cine de género, aunque, como los grandes cineastas, nunca coloca el estilo por encima de lo que cuenta. "Somos la generación de los que veíamos desde pequeños a Bugs Bunny o Indiana Jones y La semilla del diablo sin hacerle ascos a nada, abrazándolo y mezclándolo todo; incluido un sustrato literario, de Cervantes a Kafka, pasando por Robert Louis Stevenson”. Daniel acepta el reto de seleccionar las películas españolas de su vida, y por su listado desfilan desde el Fernán Gómez más negrísimo a Buñuel, Berlanga, Camus o Álex de la Iglesia.

La más reciente V Bienal Mario Vargas Llosa de Guadalajara (México) me ha permitido compartir con otros treinta escritores conversaciones y debates enriquecedores bajo el lema Literatura para tiempos recios. Alrededor de una mesa circular departíamos sobre series (parecía que fuéramos personajes de una sitcom) Aroa Moreno, Olga Merino, Brenda Navarro, Claudia Piñeiro, Juan Tallón y Luisgé Martín. Algunos mencionaron entre sus favoritas a 'Fariña', otros apelaron al humor de 'Nadrovia' o a la angustia compartida en 'El hijo zurdo' por dos madres en apariencia muy distintas. Quienes quieran reírse harían bien en recurrir a 'División Palermo'. Pero quizás todo se reduzca a que la cultura y los gustos se forman por cuestiones tanto colectivas como personales para estar presente en una conversación que no dejará de transformarse. Y está bien que suceda de esa forma.

"Escribir es un ajuste de cuentas con el destino. Una forma de aliviar todos los errores que cometes en tu día a día", proclama el guionista y escritor Sergio Sarria (Málaga, 1979), que trabajó como coordinador de guion en el programa El intermedio y también ha escrito guiones para series como Malaka o Dos años y un día, y cuya novela El hombre que odiaba a Paulo Coelho dio lugar a la serie Nasdrovia para Movistar Plus+, Sarria ha escogido para #VozEnON sus guiones favoritos de la historia del cine español, desde La vaquilla a Grupo 7 o El crack y algunos más. Y aprovecha para confesar su gran línea maestra: "Es esencial que no se note la mano del guionista en las secuencias, que la historia esté por encima del ingenio". Porque, para él, la historia y los personajes han de estar por encima de cualquier consideración.

¿La cultura del espectáculo es la cultura de la violencia explícita e implícita? Puede que ni siquiera hay que poner los interrogantes. ¿Generan la violencia y el sexo en lo audiovisual adicciones mal entendidas en nuestra realidad? Tal vez esta sea la única pregunta relevante, y no es fácil responder. Desde los atentados del 2001, se impuso la sensación de vivir en un momento donde la violencia nos rodea y hay una necesidad de incluirla en las narrativas de una manera estetizante, para hacerla más tolerable. Lo cierto es que los personajes de la mayoría de las series actuales se definen por su capacidad para moverse en la amoralidad, y eso despierta la empatía del espectador.

Rafa Cobos y Paco Baños han trasladado la escritura pulcra y punzante de 'El hijo zurdo', la novela homónima de Rosario Izquierdo, al impulso de las imágenes: como el corazón desbocado de María León cuando corre tras su hijo al final del capítulo uno. No hay sentimentalismo barato en los seis capítulos de esta serie estupenda. Es decir, estamos ante una mirada sensible pero poco sentimental. Honesta. Y se expone mediante experiencias comunes, entre un viaje de ida y vuelta entre adultos y jóvenes, retratando por igual la vulnerabilidad de unos y otros. Porque la mirada de León –la madre– muestra una fragilidad y a la vez esconde una fortaleza que atrapa la esencia de esta ficción: la búsqueda de afecto y la sensación de pérdida en un mundo que enmaraña las relaciones y en que solo una madre lucha por la vida de su hijo, por muchas huidas y golpes que reciba.

La nueva película de Carla Subirana, Sica, es una pequeña joya a la que deberíamos dar una oportunidad en una sociedad con tanto ruido y uniformidad. Se trata de la primera ficción de Subirana, aunque su manera única de mirar es tan porosa, entre la ficción y el documental, que no le hacemos justicia al poner a su cine etiquetas que en su narrativa vuelan libres. Carla exhibe una sensibilidad orgánica para captar deseos, obsesiones, ausencias y atmósferas a partir de un naufragio y de la espera de esa adolescente, Sica, que aguarda que el mar devuelva el cadáver de su padre. Sica resulta hipnótica, como esa naturaleza bella y cruel que Carla Subirana filma e integra de un modo evocador, sugerente.

 

En una interesante mesa de la 15ª Semana de cine de Melilla, cuatro actrices jóvenes (Itziar Miranda, Almudena Amor, Cristina Gallego y Elisabet Casanovas) trataron de responder a esa pregunta: ¿Por qué demonios elegiste esta profesión? En el origen pueden aparecer algunas clases de teatro para evadirse de una adolescencia complicada, pero lo que más repitieron fueron dos palabras: intuición y vocación. El oficio de la actuación crea la oportunidad para enfrentarnos a nuestra naturaleza, a nuestras debilidades y mentiras para alcanzar ese centro o kokoro, que en japonés significa corazón, pero también un conocimiento integral del ser humano.

El guionista Fernando Navarro, cuyos textos deslumbran en películas como Anacleto: agente secreto (Javier Ruiz Caldera, 2015), Toro (Kike Maíllo, 2016) o Verónica (Paco Plaza, 2017), además de en series como Matadero o Bajocero, se dice "amante de los argumentos eficaces, clásicos y potentes, pero intentando a la vez rejuvenecerlos, agitarlos y acercarlos a las realidades de nuestro país". Él también ha accedido a seleccionar las películas de su vida, que en algún caso pueden sorprender a primera vista. Sobre todo el cortometraje de José Val del Omar Aguaespejo granadino (1955), aunque su influjo aflora en Malaventura, el libro de cuentos de Fernando. ¿Y sus largos de referencia? El viaje a ninguna parte ("la veía casi como una película beatnik"); Macumba sexual y Necronomicon, ambas de Jess Franco; la "libertad absoluta" de Diamond flash, el cuento neogótico que termina siendo La madre muerta y, sobre todo, El sueño del mono loco, de Fernando Trueba. "Fue la peli que me animó a ser guionista", desvela.

Ya conocemos la atracción de la humanidad por aquello que aniquile su propia naturaleza. Y uno se pregunta si la fascinación que la inteligencia artificial está generando no provocará que los humanos nos convirtamos (o empecemos a convertirnos) en fantasmas. Lo que más me llama la atención es cómo se otorga a la tecnología cada vez más características humanas mientras hombres y mujeres se comportan casi como programas. Y quizá esa seducción por la Inteligencia Artificial haga que empecemos a olvidar las acciones que requieren verdaderos esfuerzos, las que nos enfrentan a las debilidades y fortalezas humanas.

 

Javi Ruiz Caldera es uno de los cineastas más originales del cine español. Su manera de narrar (o de mirar) no se parece a otra. Su desenfado, su indomable irreverencia ha conquistado tanto al público como a la crítica. Películas como Spanish Movie, Promoción fantasma, Tres bodas de más o Superlópez representan una forma de cine original y atrevido dirigido a todo tipo de espectadores. Su cine conecta con cualquier tipo de público. No importa ni la edad ni el origen de la persona. Ahora que ultima 'El otro lado', una nueva serie con Berto Romero para la que repite el equipo técnico de la memorable 'Mira lo que has hecho', era buena oportunidad para pedirle su lista de las pelis españolas que más le han marcado. Ojo a las sorpresas: está 'Amanece, que no es poco' o 'Acción mutante', pero también 'El crack', 'La ardilla roja' o 'Quién quiere matar a un niño'.

A medio camino entre la comedia romántica, de situación, dramática y el costumbrismo, el alma de Amigos hasta la muerte –el debut tras la cámara de Javier Veiga en el largometraje– contiene aquello que defendía Howard Hawks: que toda comedia es a la vez una tragedia. Habla de la muerte a través de la amistad, y lo hace, según el autor, "buscando un punto melancólico y tierno que fuera a la vez luminoso”. El trío protagonista lo integran Marta Hazas, Mauricio Ochmann y el propio Javier. Y, como en la serie Pequeñas coincidencias, Hazas y Veiga logran esa cima emocional que recuerda a parejas eternas y atemporales como Katharine Hepburn y Spencer Tracy, o la propia Hepburn y Cary Grant. Rodar historias divertidas, con corazón y que conmuevan a la gente no es tarea fácil, pero Javier redondea una obra nostálgica, emotiva, lúcida.

Desde hace años, el Festival de Málaga viene dando a conocer directoras que exploran nuevos relatos y sensibilidades. A Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa; Las niñas, de Pilar Palomero; Verano 1993, de Carla Simón, o Las distancias, de Elena Trapé se suman ahora las Biznagas de Oro para la ópera prima de Estibaliz Urresola (20.000 especies de abejas) y, en el lado latinoamericano, la panameña Las hijas, de Kattia G. Zuñiga. Admira de 20.000 especies... su madurez, su complejidad emocional sin maniqueísmos, ese enjambre humano que pone en escena la directora para hablar, claro, del gran tema de este siglo: la identidad. Nos coloca frente a los miedos que cualquier persona esconde en su búsqueda por reconocer la libertad de elección en un entorno conservador. Sensible, expresiva, poniendo el acento en lo cotidiano y lo costumbrista para sacar a la luz una profunda humanidad, lo admirable de esta historia es la capacidad para que escuchemos y entendamos en una sociedad con un zumbido ensordecedor.

Desde su debut en 2003 con La flaqueza del bolchevique, en la que de paso descubrió el talento de la actriz María Valverde, el cine de Manuel Martín Cuenca se ha caracterizado por detectar lo anómalo bajo la armoniosa superficie de lo convencional. Es de los que desarticulan etiquetas aparentemente férreas, como documental o ficción, comercial o independiente, heterodoxo o convencional, para sumirnos en el desconcierto y la fascinación de aquello que no sabemos situar del todo. Le hemos preguntado por sus influencias y nos menciona Cielo negro, El sol del membrillo, Mientras haya luz, O que arde y al pionero Segundo de Chomón. Como en estos títulos, el cine de Manuel Martín Cuenca nos enfrenta como espectadores a lo que tanto nos esforzamos por ignorar, y lo hace mediante una atracción única que se convierte en una experiencia vital.

Hace apenas un par de semanas Alauda Ruiz de Azúa estrenó en Netflix su segunda película, 'Eres tú', una comedia romántica con toque fantástico escrita por Cristóbal Garrido y Adolfo Valor, que se separa de su deslumbrante debut, 'Cinco lobitos', pero con la que demuestra que es una directora que sabe mirar (y hacerlo con propósito y energía) con independencia de que sea un proyecto personal o un encargo. Con este pretexto le hemos pedido que nos revele las películas que de un modo u otro le han marcado como persona y también a la hora de convertirse en la cineasta que es. Entre las escogidas encontramos desde 'Cría cuervos' (Carlos Saura, 1976) a 'En la ciudad' (Cesc Gay, 2003), la almodovariana 'Todo sobre mi madre' o el segundo largo de Isabel Coixet. Pero lo mejor es leer este artículo/homenaje/testimonio en su totalidad...

La cultura es un fiesta que nos humaniza. Y a pesar de la conquista de las numerosas pantallas con las que lidiamos día a día, ninguna posee el poder de la gran pantalla de cine, esa pantalla luminosa en una sala oscura que nos seduce con historias que influyen en las vivencias de cada uno de nosotros. Este es quizás uno de los puntos esenciales de los festivales de cine, como el de Málaga: potenciar el hechizo del séptimo arte para lograr que los pesares cotidianos sean más llevaderos. Que te olvides de la realidad hostil, porque la sala oscura te envuelve por medio de la proyección. El cine como una manera de entender otras situaciones, de hacernos más libres, más tolerantes, más comprensivos. Y, también, como un modo de hacer más habitable la realidad.

“Es lo más parecido a soñar que podemos hacer estando despiertos: esa oscuridad que nos aísla del mundo, esas luces en movimiento que nos atrapan sin remedio, esa sensación de estar viviendo inmóviles una aventura que escapa a nuestro control". Así describe el cine Ignacio Martínez de Pisón, escritor y guionista aragonés (aunque afincado en Barcelona), buen conversador, curioso, metódico, generoso, amigo de sus amigos. Un escritor sin ego al que todo el mundo que conoce quiere. Ahora que estrena su novela Castillos de fuego, una ambiciosa ficción coral a través de personajes inolvidables en el Madrid de 1939-1945, hemos preguntado al autor de 'Carreteras secundarias' o 'El día de mañana' por sus cinco filmes españoles favoritos. Que son, sin orden específico, 'El verdugo', 'Calle Mayor', 'Viridiana', 'El espíritu de la colmena' y 'Belle epoque'.

'Doctor en Alaska', ahora que la recupera Filmin, era y es un milagro del que debería aprender esta sociedad acelerada. Es imposible que ese choque de visiones sobre cómo estar en el mundo no te haga sonreír y reflexionar sobre el amor, la amistad o las aspiraciones. En los años noventa, mientras mis amigos salían de marcha los fines de semana, yo me quedaba en mi habitación para viajar a Cicely, el lugar que mejor representaba el paraíso, ese refugio en el que lo importante es vivir. Parafraseando al escritor Juan Bonilla, ojalá hubiera una agencia de viajes dedicada a convertir la ficción en vida. En tal caso, yo viajaría a esta serie que le da una bofetada a la realidad reciente, pues debajo de esa aparente amabilidad y su tierna excentricidad hay una postura vital muy humana y verdaderamente arriesgada.

La última película de Santi Amodeo, Las gentiles, es una de las más brutales del pasado año. De esas en las que se nota que el cineasta se juega la vida, una de esas historias que te cortan el aliento. África de la Cruz y Paula Díaz son las dos jóvenes actrices que descubre Amodeo para una cinta magnética en la que el espectador percibe esa oralidad verosímil de la calle, esas confidencias de las protagonistas cuando hablan y también cuando callan. Santi acumula ya un buen número de títulos cargados de originalidad, poblados de seres en lucha abierta con eso que tendemos a llamar normalidad. Las suyas son historias personales, arriesgadas y a veces a contracorriente, pero realizadas desde una independencia insobornable.