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Uno de los platos fuertes de la 16 Semana de cine de Melilla fue la mesa redonda que reunió a Paula Echevarría, Ana Álvarez, Ana Fernández y Alex Monner, moderada por Luis Alegre. Porque el suyo es un oficio muy relevante para favorecer una existencia más plácida, aunque ni siquiera seamos consciente de ello ni tengamos la generosidad de otorgar a los actores y actrices el mérito que merecen en nuestras vidas. Hay personajes de ficción que pasan a formar parte de nosotros, pero apenas llegamos a atisbar la persona que se queda detrás, la que da su sangre y sudor por esa ficción auténtica que potencia nuestra realidad y que creemos o consideramos que nos pertenece.

Con frecuencia el público apenas otorga relevancia a nuestros actores y actrices, como si su trabajo estuviera al alcance de cualquiera. Pero lo que ha logrado Penélope Cruz –ahora que celebramos su 50 cumpleaños– no es sencillo, por sus logros y por mantenerse fiel a sus orígenes. El mundo parece cada vez más una planta carnívora; la sociedad tiende a comportamientos cercanos a Hannibal Lecter. He visto conductas conmovedoras del público con los actores y actrices, pero también otras irrespetuosas que hielan la sangre. Y eso entronca con lo de Alpedrete y la supresión de los nombres de Paco y Asunción de sus calles. Se desenmascara un modo de ser que nos empobrece, canibaliza y hace más ignorantes. Es una nueva muestra de crear desunión, favorecer las tensiones y no reconocer la excelencia del cine a través de tantos artistas que hicieron y hacen más por nosotros que esos dirigentes que empobrecen la sociedad.

Tal vez el principio del universo fue un canción instrumental: el Big Bang como unos acordes creativos. La música tiene ese efecto. Se mete dentro, ya no hay manera de sacarla y nos acompaña para siempre. Las canciones están en nuestra vida desde el inicio. Las canciones que cantan los padres a sus hijos para dormir; o incluso antes, en el útero, mecidos y cómodos en el líquido amniótico. Las canciones que se asocian al primer beso, las canciones que nos zarandean para animarnos a seguir, las canciones que leen quiénes somos. Y sí, las canciones como manera de recordar las películas: las de Augusto Algueró (Estando contigo, Corre corre caballito, Tómbola), el Fumando espero de Sara Montiel, las de Raphael (Mi gran noche, Yo soy aquel, El golfo). Y las escenas memorables: Resistiré en Átame, Estrella Morente en Volver, el Apatrullando la ciudad de El Fary para el primer Torrente.

A Rosa Ribas se la suele asociar con el género negro, pero no es el caso de su recién publicado Peces abisales, su libro más personal e íntimo, en el que imbrica su peripecia personal, las reflexiones alrededor de la literatura, la escritura y su generosa forma de mirar y alejar los miedos. "Ir al cine era una aventura para nosotros, niños de la periferia", rememora, "porque suponía ir a Barcelona, a cines grandes con nombres como Coliseo, Avenida de la Luz, Alcázar; comprar las entradas en unas taquillas muy historiadas, la emoción de la oscuridad súbita. Toda una liturgia”. Pero su primera gran experiencia fílmica no fue en una sala, sino cuando vio en la tele a escondidas Nosferatu, con ocho años. "Sus imágenes de miedo aún me persiguen". ¿Sus debilidades? Los santos inocentes, El espíritu de la colmena o, por el lado alemán, Bagdad Café, La vida de los otros y Goodbye, Lenin.

La casa, el largo de Álex Montoya que adapta la novela gráfica homónima de Paco Roca, es una historia universal. Una historia que habla de emociones y sentimientos, de lo que somos y de cómo los pequeños lugares nos conforman, nos construyen igual que se levanta con mimo una casa familiar en las que las reuniones se llenan de alegría y esperanzas. Y la película de Álex hace aflorar precisamente las relaciones más relevantes, las de padres e hijos, las de maridos y mujeres, las de un entendimiento profundo que está en la naturaleza de la humanidad. Esa esencia que parece diluirse en el mundo evanescente de hoy, esa esencia que el cineasta refleja desde los detalles de una mirada maestra y llena de sensibilidad.

Qué difícil es hacer reír. La sonrisa y la risa no mienten. Y qué complicado que una comedia salga victoriosa en los palmarés de los festivales de cine, de los Goya o de la mayoría de los premios cinematográficos. Las grandes comedias, desde Chaplin a Lubitsch, de García Berlanga a Almodóvar, tienden a una simplicidad profunda y elegante que indaga en lo más íntimo de las personas mediante lo cómico, que hacen brotar la sonrisa y la risa sin dejar de contarnos cosas muy serias que nos atañen a todos. Hay películas que solo son graciosas, pero siguen existiendo aquellas que exploran la ambigüedad humana, que reflejan el declive social en el que nos encontramos, que narran las peripecias de los personajes con desenfado y desnudan a los hombres y mujeres de esta sociedad acumulativa para mostrar perplejidad.

Daniel Ruiz es uno de los escritores que mejor testimonian las relaciones y procesos contemporáneos. Lo hace con una buena dosis de ironía y un punto salvaje, quizás, porque como él dice “siempre escribe contra algo”. Tras La gran ola, El calentamiento global, Amigos para siempre o Maleza acaba de llegar Mosturito, el retrato de un chaval de barrio sin horizonte, que se busca la vida y va descubriendo el mundo como puede. Es una "novela muy cinematográfica", definición que se niega a considerar peyorativa, "porque el lector de hoy ha crecido consumiendo historias audiovisuales". ¿Sus largometrajes de referencia, en ese caso? Todo Fellini (¡Amarcord!) y todo Polanski, con mención especial a Lunas de hiel. Pero también Coppola ("hay un personaje de Mosturito que bebe de La ley de la calle") y, en España, Barrio (León de Aranoa), Salto al vacío (Daniel Calparsoro) o La teta y la luna, de Bigas Luna.

En contra de lo que pudiera parecer, Segundo premio no va de los inicios del grupo más relevante del panorama musical en español de los últimos 30 años, Los Planetas, sino que es una parte del trayecto vital de cada uno de nosotros, es un tejido vivo que se nos pega en la retina y entra en nuestro organismo para leernos, es un abrazo de amor a Luna. El largometraje con el que Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez han arrasado en el último Festival de Málaga representa un visionado libre, leve, marcado por la inevitabilidad de la vida y la muerte, al único deseo que no se puede cumplir excepto en el camino hacía la luna; en un impulso por seguir conteniendo el abrazo de Luna, de reflejar el estado de un corazón que late en cada imagen libre de esta obra maestra del cine.

El reconocimiento a Ane Gabarain con su Goya por 20.000 especies de abejas le llega con 60 años y después de llevar más de 40 dedicada a la interpretación. En este oficio complicado, repleto de incertidumbres, la actriz vasca tuvo que vadear esas etapas en las que no salía nada. El gran público solo le puso cara gracias al personaje de Maritxu en la serie Allí abajo, y a renglón seguido su Miren en Patria la colocó donde siempre debió estar: asumiendo papeles con aristas dramáticas, con esas emociones y sentimientos que traslada con tanta verosimilitud. Dar visibilidad a las actrices maduras es todavía una asignatura pendiente, y la capacidad de Gabarain para crear personajes cómicos y dramáticos, personajes complejos, es un ejemplo de ese camino.

Gozo es un híbrido entre la novela y el ensayo repleto de ideas y momentos que uno recuerda y quiere volver a leer. Un deseo no demasiado frecuente, porque las lecturas nos avasallan con ansia caníbal. El libro de Alonso es el antídoto perfecto para esta sociedad vertiginosa, esclavista y tendente a la hiperproductividad. Hablar con Azahara Alonso también es algo gozoso, porque se expresa con una naturalidad y sencillez características, con una honestidad que debería ser obligatoria (como la lectura de Gozo). ¿Las películas de su vida? Desde Garci, Buñuel y Julio Médem a, por supuesto, Éric Rohmer y Víctor Erice. ¡Pero también Grease! "Las películas que sencillamente disfrutamos también nos marcan, ¿no es cierto? De niña me encantó imaginar que en la rutinaria vida de instituto cabía la diversión".

La cultura es alegría. Nos facilita la vida en unos tiempos con tanta niebla. Y un festival como el de Málaga, que del 1 al 10 de marzo celebra ya su vigésimo séptima edición, sirve para abrir nuevas vías y difundir el valor singular de las películas que programa. La cita malagueña ha consolidado esta vez su compromiso con el cine producido por mujeres (38 por ciento de los títulos programados) y los actores noveles: tres de cada 10 estrenos serán óperas primas. La suya es una selección muy variada, un cine que puede interesar a un espectro muy amplio y diverso de espectadores. Pero se percibe la vuelta al sentido de los valores primigenios y esenciales, de lo rural, de parar en un mundo demasiado rápido; y el papel de la mujer como representación y su función en la vida como relectura de modos de aprendizaje.

Vivimos en un mundo cada vez más feo. Tenemos que impedir que los abusos de poder y las agresiones tengan un mínimo resquicio, y cuestionar la fascinación que genera el sexo y la violencia como si fueran ingredientes mágicos del deseo masculino. Las manadas y demás barbaries presentes hoy día son prácticas que debemos erradicar para la construcción de una realidad más sana, menos fea y violenta. Denunciar no es sencillo, sino muy, pero que muy difícil. Entra en escena, entre otras muchas razones, la culpa y la vergüenza. Y esta última funciona como protección y crítica y ácido que erosiona y carcome a las abusadas. Pero ese relato machista que hemos aprendido como sociedad durante tanto tiempo lo debemos reescribir. Y desde el cine y la cultura no podemos desviar la mirada.

Desde que Fernando Méndez-Leite preside la Academia de Cine las galas de los Premios Goya salen de fábula. La gala conducida por Los Javis y Ana Belén fue como la seda, con ritmo, buenas actuaciones y las reivindicaciones precisas. Y consagró a Bayona, un hombre que ha logrado triunfar en la meca del cine y al que solo por eso ya deberíamos aplaudirle, porque no es sencillo. Más allá de la perfección técnica, La sociedad de la nieve es memoria histórica y pone imágenes a un calvario que los actores hacen creíble de una manera emocional. También son muy merecidos los Goya a Malena Alterio, que en Que nadie duerma derrocha una extrañeza nada sencilla; y a David Verdaguer, con una interpretación menos naturalista, pero tan verosímil que en Saben aquel parece la reencarnación de Eugenio.

Dani Guzmán ha demostrado que puede componer personajes duros y frágiles, hacer comedia o drama, lo que sea, y siempre con un punto en el que aporta algo profundo de él mismo; una energía vital que despliega para que quien está al otro lado la perciba. Es una persona apasionada, cómplice, que escapa a trivialidades y zonas comunes. En A cambio de nada, su ópera prima, captaba la vida con delicadeza y con energía. Habla de temas universales de un modo formidable. Y vista hoy, desde la perspectiva actual, cobra mayor valor. Quizás este sea el mayor logro de Dani Guzmán, cómo arroja luz a lo que se queda en sombra. Ahora rueda su tercer largometraje, La deuda, y ojalá ratifique aquella línea de diálogo de Antonia en A cambio de nada: “Hay que moverse, envejece uno menos”. Como Daniel Guzmán, ese adulto que sigue con la mirada del niño que fue. Por fortuna para todos nosotros.

Almudena Grandes dijo de la primera novela de Aroa Moreno, La hija del comunista, que era “perfecta”. Con esta ficción sobre el exilio y el desarraigo se dio a conocer y obtuvo el Premio Ojo Crítico en 2017 esta madrileña de 1981 que luego publicó La bajamar y en un mes regresa a las librerías con una biografía de, precisamente, la propia Grandes. Moreno ha escogido Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999), El verdugo (Luis García Berlanga, 1963), Tesis (Alejandro Amenábar, 1996) y, claro, una de Almodóvar: Volver (2006). "Amenábar representaba el sueño de tantos que entrábamos en la facultad de Ciencias de la Información. Y Pedro no sé qué tiene, no sé qué es. La Mancha. Las mujeres. Las actrices que hacen de esas mujeres. Muerte, maternidad, soledad

Casi nunca somos capaces de identificar nuestras emociones hasta que alguien nos las refleja o representa. ¿Y cuántas veces nos ha pasado mientras vemos una película? ¿Cuántas veces nos hemos visto en ese otro u otra para negar o aceptar la realidad? Los conflictos están en todas partes. Esto lo saben muy bien los artistas y cualquier tipo de creador que intenta hacer más apacible una sociedad cada vez más hostil, fea, mercantilista. , los actores y las actrices, en la exigente lectura de ser otros, entienden tan bien ese desdoblamiento, esas vías que abren caminos que permiten reflexionar sobre emociones como la tristeza,  el odio o la ira, sobre qué es la libertad en la actualidad, sobre el uso o desuso de las inteligencias artificiales.

Como los comienzos de año son tiempos para los buenos propósitos, esperamos que el público vuelva a acudir a las salas, que los cines vuelvan a ser puntos de encuentros en el mayor sentido posible. Un lugar cómplice, misterioso, que nos aporta un poco de felicidad. No faltarán motivos, en este arranque de 2024, para comprar una entrada de cine español. La comedia estará muy presente con la película dirigida por Eva Hache, Un mal día lo tiene cualquiera; Matusalén, de David Galán Galindo; Buscando a Coque, de Teresa Bellón y César F. Calvillo, o la cinta de Arantxa Echevarría Políticamente incorrectos. Hay otras comedias que se estrenarán en el primer semestre del año, como Menudas piezas, de Nacho G. Velilla, o Por tus muertos, de Sayago Ayuso. Añadan en otros géneros La estrella azul, de Javier Macipe; la propuesta metaficcional de David Marqués Puntos suspensivos; La familia Benetón, de Joaquín Manzón; Disco, Ibiza, Locomía, de Kike Maíllo; o la potente animación Dragonkeeper, de Salvador Simó.

Todo empezó en los años noventa con la confluencia de dos obras que llegaron más o menos al mismo tiempo, pero de forma independiente: Akira y Dragon Ball. Ambas se convirtieron en fenómenos que consiguieron iniciar el boom del manga y el anime en España. "Y Oliver y Benji", me apunta mi amigo adolescente cinéfilo. Dus historias conectan, ya sea por el dinamismo de la narrativa, la espectacularidad de la puesta en escena, el encanto de lo exótico, incluso por lo inesperado de los relatos. Hay animes para cada espectador. Y sí, por supuesto, hay buenos animes de Navidad, como la emotiva Tokyo Godfathers.

Con esta columna damos por cerrado este 2023; Miguel Ángel Oeste retornará a su #VozEnON el miércoles 17 de enero

A Luis Tosar se le asocia en un primer momento a sus personajes duros, esos de una complejidad emocional y moral alucinante. Pero el de Lugo es muy versátil, el ejemplo de actor total; como el jugador total que te resuelve un partido con esa facilidad o toque de genialidad que solo él posee. Una película con Tosar es una película que siempre irá bien, que siempre tendrá algo, ya sea interpretando a un hombre delicado que busca el amor, un caradura, un marido con debilidades, un policía duro, un maltratador, un truhan o un atracador de bancos. Y eso por no mencionar su registro cómico, uno de los más extraterrestres que se conocen por estos lares. Tosar es alguien que dignifica la profesión con sus actos y su capacidad para generar y crear personajes que seguirán resonando mucho más allá de su tiempo. Porque la medida de los sueños se encuentra en las creaciones de actores como Luis Tosar.

Fue una artista total: hacía cine, televisión, teatro, presentaba un programa, cantaba. Lo que hiciera falta. Y lo hacía con esa energía radiante de la que sabe que su oficio hacía feliz a los demás, que era tan importante reír como llorar. Concha Velasco fue un regalo inolvidable y nos dejó para la eternidad su estrella. Suena a tópico, pero la mayoría de los tópicos suele ser verdad: Concha Velasco ahora sigue viva a través de sus personajes. Muchos la consideran patrimonio nacional, y no es para menos. Porque la artista conmovió y seguirá conmoviendo a los espectadores, o les alegrará sus existencias con ese brillo que traspasa la pantalla.

Vivimos en una sociedad que nos impone la tiranía de la novedad en materia audiovisual y en cualquier ámbito. Y, ojo, no es que me oponga a la novedad, sino a la dinámicas que establece. Parece que una película o serie de hace un par de años pertenece al pleistoceno, cuando las buenas películas y series de televisión (como le sucede a los discos o las novelas) no tienen edad, son atemporales. La tendencia es otra: no hay tiempo ni espacio para asentar las obras, unas arrastran a otras. Pero hoy recomiendo recuperar varias ficciones televisivas que siempre serán nuevas, porque alumbran nuestros sentimientos de algún modo. Hablemos de La zona, Arde Madrid, Gigantes, Mira o que has hecho y Foodie love. La oferta de series y películas es grande, pero siempre está bien mirar atrás. Y series como estas cinco no tienen edad: seguirán igual de modernas hoy y dentro de cien años. 

Martín, mi joven amigo cinéfilo, lo tiene claro: “La juventud de hoy en día ve más cine y series norteamericanas que españolas porque el lenguaje cinematográfico de las películas y las series de Hollywood está integrado en todo lo que consumimos, desde anuncios hasta videojuegos. Por lo tanto, aunque sea de forma inconsciente, nos hemos habituado a este lenguaje y a los jóvenes se nos hace raro ver cine en nuestro propio idioma”. Le digo que no olvide que en las ficciones españolas hay riesgo y creatividad, desde La cabina a Mira lo que has hecho, pasando por La peste o Historia de la frivolidad. Se queda pensativo y luego repite algo que ya le dije la anterior vez que nos vimos: Hay que ser curiosos y no dar nada por sentado. “Vale, me pondré a ver estas series y ya hablamos el próximo mes”.

Acaba de estrenar la adaptación de Un amor, dirigida por Isabel Coixet, para la que escribió el guion a partir de la novela homónima de Sara Mesa. Y en marzo salió su espléndida novela Los astronautas, viaje inolvidable en el que la memoria y el olvido cruzan sus líneas de fuerza. Buena oportunidad para hablar con Laura Ferrero (Barcelona 1984) sobre las películas españolas que le han marcado la vida, y entre las que escoge El desencanto, El Sur, Loreak, Estiu 1993 o My mexican bretzel. “El cine me ayuda a pensar y a ordenar la vida porque en él, como en los libros, existe casi siempre una concatenación, unos porqués que luego se echan de menos en la vida", anota Ferrero, que ya de niña bombardeaba a preguntas a su madre cuando salían del cine. "¿Y después del final qué pasa?". Hasta que la madre le respondió: "Ahí es cuando empieza la vida".

El de actores y actrices es un oficio relevante para favorecer una existencia más plácida y humana, aunque ni siquiera nos demos cuenta ni tengamos la generosidad de otorgarles el mérito que merecen en nuestras vidas. Ellas y ellos derrochan tal energía por componer otras vidas que desgastan la suya. Sus personajes generan en nuestras existencias una compañía que a veces no consiguen ni las personas reales. Llegan a ser amigos íntimos que nos acompañan los días tristes y los días alegres, y nos orientan en esas primeras veces en las que descubrimos el mundo cuando somos jóvenes. Los actores y actrices son personas míticas pero indefensas, de las que nos nutrimos como vampiros para potenciar nuestras emociones y sensibilidad.

Series como Juego de Tronos, Gigantes, Fariña, Homeland o Heridas abiertas reflejan la violencia latente de un modo directo, un mal que las ficciones han humanizado y el mundo parece normalizar. La violencia a veces hoy ya ni parece violencia. Como si fuese algo adquirido por la sociedad. O tal vez porque, con frecuencia, los monstruos ya no se visten de monstruos, sino como personas comunes. La violencia y el mal tienen esa capacidad camaleónica en un planeta en el que el camaleón está en extinción. Si en el cine clásico los personajes podían hallar cierta purificación o alguna redención, por mínima que fuese, en la gran parte de la ficción televisiva hallamos el impedimento de la lección purificadora, pues la razón tiene escaso valor frente al mal extendido