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Acaba de estrenar la adaptación de Un amor, dirigida por Isabel Coixet, para la que escribió el guion a partir de la novela homónima de Sara Mesa. Y en marzo salió su espléndida novela Los astronautas, viaje inolvidable en el que la memoria y el olvido cruzan sus líneas de fuerza. Buena oportunidad para hablar con Laura Ferrero (Barcelona 1984) sobre las películas españolas que le han marcado la vida, y entre las que escoge El desencanto, El Sur, Loreak, Estiu 1993 o My mexican bretzel. “El cine me ayuda a pensar y a ordenar la vida porque en él, como en los libros, existe casi siempre una concatenación, unos porqués que luego se echan de menos en la vida", anota Ferrero, que ya de niña bombardeaba a preguntas a su madre cuando salían del cine. "¿Y después del final qué pasa?". Hasta que la madre le respondió: "Ahí es cuando empieza la vida".

El de actores y actrices es un oficio relevante para favorecer una existencia más plácida y humana, aunque ni siquiera nos demos cuenta ni tengamos la generosidad de otorgarles el mérito que merecen en nuestras vidas. Ellas y ellos derrochan tal energía por componer otras vidas que desgastan la suya. Sus personajes generan en nuestras existencias una compañía que a veces no consiguen ni las personas reales. Llegan a ser amigos íntimos que nos acompañan los días tristes y los días alegres, y nos orientan en esas primeras veces en las que descubrimos el mundo cuando somos jóvenes. Los actores y actrices son personas míticas pero indefensas, de las que nos nutrimos como vampiros para potenciar nuestras emociones y sensibilidad.

Series como Juego de Tronos, Gigantes, Fariña, Homeland o Heridas abiertas reflejan la violencia latente de un modo directo, un mal que las ficciones han humanizado y el mundo parece normalizar. La violencia a veces hoy ya ni parece violencia. Como si fuese algo adquirido por la sociedad. O tal vez porque, con frecuencia, los monstruos ya no se visten de monstruos, sino como personas comunes. La violencia y el mal tienen esa capacidad camaleónica en un planeta en el que el camaleón está en extinción. Si en el cine clásico los personajes podían hallar cierta purificación o alguna redención, por mínima que fuese, en la gran parte de la ficción televisiva hallamos el impedimento de la lección purificadora, pues la razón tiene escaso valor frente al mal extendido

Durante dos años, la escritora y guionista Elisa Ferrer nos regaló su amor por el cine y su talento literario en la columna Fuera de campo, aquí en la web de AISGE. Un espacio mágico que nos alegraba el día con su perspicacia, y que aún pueden leer en la web donde leen este artículo. De hecho, si fuera ustedes, me acercaría a esos textos que desprenden una admirable capacidad para el asombro y la cinefilia. "Tanto en el cine como en la literatura quiero leer entre líneas y creerme que el personaje no es una construcción, sino alguien de carne y hueso a quien querer, a quien odiar". Ella nació en el amor al cine a través de Lubitsch, Welles o Stanley Donen, y sobre sus debilidades españolas menciona Tesis, Arrebato, La caza, La comunidad, El espíritu de la colmena o Estiu 1993. Lean sus dos novelas, Temporada de avispas y El holandés.

Les presento a Martín, el hijo adolescente de una buena amiga. Está estudiando cine cuando le había planteado a su madre que igual dejaba de estudiar porque no encontraba nada que le motivara. Como toda expresión artística, muchas familias tienden a tomar el cine como un hobby. La relevancia parece adscribirse a estudiar una carrera de provecho. Seguro que saben a qué me refiero. Pero algunos de los mejores recuerdos de su infancia, me cuenta Martín, tienen que ver con el arte; por ejemplo, estar viendo por primera vez una película con sus padres en el sofá de casa. Martín ha descubierto que las ficciones nos arropan. Y el cine, además, le ayuda a entender mejor la sociedad de ese pasado que no vivió, y en sus malos momentos le ayuda a no quedarse solo con lo malo que le pasa.

En las últimas cuatro ocasiones que he ido al cine, he visto la película en la más absoluta soledad. Y es una circunstancia que me produce tristeza y melancolía, hasta el punto de preguntarme, como en aquella comedia de Peter Bogdanovich: "¿Qué me pasa, doctor?". Ir al cine siempre ha tenido un componente de comunión y de rito social, pero en esta sociedad enfurecida parece primar lo individual, potenciado segura y paradójicamente por las redes sociales. ¿Como es que somos incapaces de valorar un trabajo y energía que no se puede cuantificar y nos permite descubrir las cosas de la naturaleza humana verdaderamente importantes? A veces, parece que demos más relevancia a lo que aparece en las redes o a esos injustos mantras sobre el cine y la cultura que a las exploraciones de los artistas.

Para algunos Laia Costa llegó tarde al mundo del cine. Como si la edad tuviera algo que ver en la creación interpretativa o en cualquier expresión artística. Como si las películas o los libros o las canciones tuvieran edad. Al menos las buenas, las atemporales, no las tienen. Tampoco el talento, el magnetismo natural de cualquier actor o actriz que compone personajes, historias, crea emociones y sentimientos para que los espectadores se reconozcan, o, simplemente, se evadan un par de horas. Aunque también, no lo olvidemos, hay mucha tiranía en el mundo del cine, sobre todo para las mujeres. Pero hoy no venimos a hablar de eso, hoy estamos aquí porque Laia Costa ha vuelto a crear un personaje inolvidable en Un amor (Isabel Coixet, 2023), la adaptación de la novela homónima de Sara Mesa.

La película de Moisés Salama, La memoria del cine: una película sobre Fernando Méndez-Leite, no es un biopic al uso, como la vida de Fernando no es una vida al uso. Es la historia del paso del tiempo y de los meandros de la memoria. Tal vez porque no todas las vidas merecen ser contadas. Solo algunas. Y la de Fernando Méndez-Leite es una de ellas. El documental es, en realidad, el retrato de toda una generación que a través de las películas aprendió a llegar a otras manifestaciones de la cultura como la Historia, la pintura, la música o la literatura. Y también aproximarse a los misterios de la vida.

La novela Verano en rojo (2012) era su debut, pero ya desde ese primer momento Berna González Harbour logró crear unos personajes carismáticos y potentes, como la comisaria María Ruiz, el informático Tomás o el periodista Luna, a través de una historia de violencia y silencios en el verano de 2010, en pleno Mundial de fútbol de Sudáfrica. La transformación del libro en película homónima, dirigida por Belén Macías y con Marta Nieto o Jose Coronado en el reparto, nos invita a hablar con González Harbour de cine y literatura. Y a descubrir su primerísimo recuerdo infantil en una sala de cine: ¡Tiburón! "Empecé muy arriba con Spielberg, pura emoción e impacto", se sonríe.

Julio y agosto han sido un no parar de noticias que darían para series y películas sobre estos tiempos en plena transformación. Ya me hubiera gustado que Rafael Azcona escribiera una comedia negra, dirigida por Luis García Berlanga, sobre el caso Rubiales... Uno siente que el estado de ánimo global del mundo es el de estar inmerso en El día de mañana, la peli de catástrofes de Roland Emmerich. Pero al mismo tiempo desearía alcanzar algo cercano a los héroes de las películas de Miyazaki, que recibirá el Premio Donostia. O al menos estar predispuestos a experimentar la presencia excepcional de la naturaleza, a creer y relacionarse con normalidad con una dimensión-realidad mágica y alejada de la contaminación de la realidad diaria, hasta merecer el makoto no kokoro (corazón sincero).

Llegamos al final del curso, y uno, que es autocrítico o simplemente un neurótico, se plantea la obligada pregunta: ¿merece la pena una segunda temporada? ¿Han disfrutado los lectores de este espacio o han sentido que el sabor del chicle ya se esfumó? Todos los espectadores han tenido alguna vez esa sensación de que una serie la han estirado más de la cuenta innecesariamente, y este es un efecto que me atormenta. Pero quiero pensar que al menos algunas de estas más de 40 columnas hayan rozado los ánimos de los lectores, tal y como lo hacen las buenas películas y series de televisión. Incluso que en alguna ocasión los textos hayan tenido algún impacto. A eso se aspira en un mundo en el que la cultura se desmorona con la facilidad con que lo hizo el 11-S. Quizás es mejor pensar mientras saboreamos un helado y aspiramos a que todavía la cultura popular tiene el poder de la transformación social.

Quizás Paco R. Baños no sea un cineasta conocido para el gran público, aunque esté detrás de series que sí han contado con repercusión (El hijo zurdo o La peste), pero es uno de esos directores que desde joven ha visto mucho cine y para el que el cine ha sido siempre una manera de descubrir aquello que es importante en la vida. No estrena con frecuencia: le cuesta levantar esas historias más personales y que exponen otra sensibilidad, porque la poética de Baños toca esas zonas menos transitadas. Pero su cine, honesto y sensible, sigue esperando ahí, a que los espectadores lo abracen como se merece. Le hemos preguntado por las películas españolas que más le han marcado y definido, y allá van: El verdugo, Mujeres al borde de un ataque de nervios, El factor Pilgrim, Los santos inocentes y El desencanto. Tiempo, pues, de comentarlas con él y que nos explique los motivos de su selección.

El terror está ahí desde el inicio, desde la niñez. Porque todos tenemos miedos y estos no son más que reflejos de lo que nos sucede como sociedad o individuos, por lo que el género tiene una evidente carga social y política. El terror como una forma de explicar lo que nos rodea, de ver los obstáculos como una exploración y como un mecanismo para indagar en uno mismo y en las trabas que te regala la vida. Y sí, el terror es seguramente uno de los géneros que mejor muta con el tiempo para advertir los temores, inseguridades y demás flaquezas que nos atenazan. Por tanto, el terror dialoga con lo contemporáneo.

Entre los cineastas, intérpretes, productores y demás protagonistas del cine español, Luis Alegre es una persona querida y admirada porque entiende la amistad como algo compartido y expansivo. Desde que lo conozco hace casi 30 años no deja de sorprenderme. Una de sus aficiones es la de relacionar a personas en apariencia muy diferentes, crear amistades que parecen imposibles y establecer momentos o estados de ánimo inolvidables al margen del espacio o las personas, como si lo suyo fuera generar un estado de ánimo de armonía. A veces he pensado que, como los genios de las lámparas mágicas, tiene el poder de ofrecer alegría y confianza a las personas con las que comparte vivencias, como si el propio apellido funcionara como foco, como ese destino del que hablaban las viejas crónicas o se decía de los dioses. A él le interesa la naturaleza humana y la cultiva con una profundidad y honestidad que debería ser clonada.

Las elecciones musicales de las cabeceras de las series de televisión no son azarosas, sino que marcan el tono, describen la constante vital que late en la ficción, los latidos de la historia. Esta circunstancia también se puede atribuir a determinadas películas, pero es en la televisión donde se hace visible. Funciona como guía cada semana. Se pega al título, lo radiografía de una u otra manera. Cuando en una serie se opta por una canción para sintonía de apertura, en vez de por una banda sonora compuesta de manera específica, se está recurriendo a la memoria emocional que acumula esa canción. La canción que abre una ficción televisiva juega un papel esencial en el estado de ánimo con que el espectador se predispone a verla. Lo prepara para introducirlo en un mundo determinado.

Quien lo conoce sabe que Daniel Monzón derrocha cercanía, bondad e inteligencia. Su cine, desde que debutara con El corazón del guerrero, se revela envolvente, a veces perturbador, otras deslumbrante. Pero siempre conmueve de un modo u otro. Monzón ha mostrado desde sus inicios una cierta tendencia hacia el cine de género, aunque, como los grandes cineastas, nunca coloca el estilo por encima de lo que cuenta. "Somos la generación de los que veíamos desde pequeños a Bugs Bunny o Indiana Jones y La semilla del diablo sin hacerle ascos a nada, abrazándolo y mezclándolo todo; incluido un sustrato literario, de Cervantes a Kafka, pasando por Robert Louis Stevenson”. Daniel acepta el reto de seleccionar las películas españolas de su vida, y por su listado desfilan desde el Fernán Gómez más negrísimo a Buñuel, Berlanga, Camus o Álex de la Iglesia.

La más reciente V Bienal Mario Vargas Llosa de Guadalajara (México) me ha permitido compartir con otros treinta escritores conversaciones y debates enriquecedores bajo el lema Literatura para tiempos recios. Alrededor de una mesa circular departíamos sobre series (parecía que fuéramos personajes de una sitcom) Aroa Moreno, Olga Merino, Brenda Navarro, Claudia Piñeiro, Juan Tallón y Luisgé Martín. Algunos mencionaron entre sus favoritas a 'Fariña', otros apelaron al humor de 'Nadrovia' o a la angustia compartida en 'El hijo zurdo' por dos madres en apariencia muy distintas. Quienes quieran reírse harían bien en recurrir a 'División Palermo'. Pero quizás todo se reduzca a que la cultura y los gustos se forman por cuestiones tanto colectivas como personales para estar presente en una conversación que no dejará de transformarse. Y está bien que suceda de esa forma.

"Escribir es un ajuste de cuentas con el destino. Una forma de aliviar todos los errores que cometes en tu día a día", proclama el guionista y escritor Sergio Sarria (Málaga, 1979), que trabajó como coordinador de guion en el programa El intermedio y también ha escrito guiones para series como Malaka o Dos años y un día, y cuya novela El hombre que odiaba a Paulo Coelho dio lugar a la serie Nasdrovia para Movistar Plus+, Sarria ha escogido para #VozEnON sus guiones favoritos de la historia del cine español, desde La vaquilla a Grupo 7 o El crack y algunos más. Y aprovecha para confesar su gran línea maestra: "Es esencial que no se note la mano del guionista en las secuencias, que la historia esté por encima del ingenio". Porque, para él, la historia y los personajes han de estar por encima de cualquier consideración.

¿La cultura del espectáculo es la cultura de la violencia explícita e implícita? Puede que ni siquiera hay que poner los interrogantes. ¿Generan la violencia y el sexo en lo audiovisual adicciones mal entendidas en nuestra realidad? Tal vez esta sea la única pregunta relevante, y no es fácil responder. Desde los atentados del 2001, se impuso la sensación de vivir en un momento donde la violencia nos rodea y hay una necesidad de incluirla en las narrativas de una manera estetizante, para hacerla más tolerable. Lo cierto es que los personajes de la mayoría de las series actuales se definen por su capacidad para moverse en la amoralidad, y eso despierta la empatía del espectador.

Rafa Cobos y Paco Baños han trasladado la escritura pulcra y punzante de 'El hijo zurdo', la novela homónima de Rosario Izquierdo, al impulso de las imágenes: como el corazón desbocado de María León cuando corre tras su hijo al final del capítulo uno. No hay sentimentalismo barato en los seis capítulos de esta serie estupenda. Es decir, estamos ante una mirada sensible pero poco sentimental. Honesta. Y se expone mediante experiencias comunes, entre un viaje de ida y vuelta entre adultos y jóvenes, retratando por igual la vulnerabilidad de unos y otros. Porque la mirada de León –la madre– muestra una fragilidad y a la vez esconde una fortaleza que atrapa la esencia de esta ficción: la búsqueda de afecto y la sensación de pérdida en un mundo que enmaraña las relaciones y en que solo una madre lucha por la vida de su hijo, por muchas huidas y golpes que reciba.

La nueva película de Carla Subirana, Sica, es una pequeña joya a la que deberíamos dar una oportunidad en una sociedad con tanto ruido y uniformidad. Se trata de la primera ficción de Subirana, aunque su manera única de mirar es tan porosa, entre la ficción y el documental, que no le hacemos justicia al poner a su cine etiquetas que en su narrativa vuelan libres. Carla exhibe una sensibilidad orgánica para captar deseos, obsesiones, ausencias y atmósferas a partir de un naufragio y de la espera de esa adolescente, Sica, que aguarda que el mar devuelva el cadáver de su padre. Sica resulta hipnótica, como esa naturaleza bella y cruel que Carla Subirana filma e integra de un modo evocador, sugerente.

 

En una interesante mesa de la 15ª Semana de cine de Melilla, cuatro actrices jóvenes (Itziar Miranda, Almudena Amor, Cristina Gallego y Elisabet Casanovas) trataron de responder a esa pregunta: ¿Por qué demonios elegiste esta profesión? En el origen pueden aparecer algunas clases de teatro para evadirse de una adolescencia complicada, pero lo que más repitieron fueron dos palabras: intuición y vocación. El oficio de la actuación crea la oportunidad para enfrentarnos a nuestra naturaleza, a nuestras debilidades y mentiras para alcanzar ese centro o kokoro, que en japonés significa corazón, pero también un conocimiento integral del ser humano.

El guionista Fernando Navarro, cuyos textos deslumbran en películas como Anacleto: agente secreto (Javier Ruiz Caldera, 2015), Toro (Kike Maíllo, 2016) o Verónica (Paco Plaza, 2017), además de en series como Matadero o Bajocero, se dice "amante de los argumentos eficaces, clásicos y potentes, pero intentando a la vez rejuvenecerlos, agitarlos y acercarlos a las realidades de nuestro país". Él también ha accedido a seleccionar las películas de su vida, que en algún caso pueden sorprender a primera vista. Sobre todo el cortometraje de José Val del Omar Aguaespejo granadino (1955), aunque su influjo aflora en Malaventura, el libro de cuentos de Fernando. ¿Y sus largos de referencia? El viaje a ninguna parte ("la veía casi como una película beatnik"); Macumba sexual y Necronomicon, ambas de Jess Franco; la "libertad absoluta" de Diamond flash, el cuento neogótico que termina siendo La madre muerta y, sobre todo, El sueño del mono loco, de Fernando Trueba. "Fue la peli que me animó a ser guionista", desvela.

Ya conocemos la atracción de la humanidad por aquello que aniquile su propia naturaleza. Y uno se pregunta si la fascinación que la inteligencia artificial está generando no provocará que los humanos nos convirtamos (o empecemos a convertirnos) en fantasmas. Lo que más me llama la atención es cómo se otorga a la tecnología cada vez más características humanas mientras hombres y mujeres se comportan casi como programas. Y quizá esa seducción por la Inteligencia Artificial haga que empecemos a olvidar las acciones que requieren verdaderos esfuerzos, las que nos enfrentan a las debilidades y fortalezas humanas.

 

Javi Ruiz Caldera es uno de los cineastas más originales del cine español. Su manera de narrar (o de mirar) no se parece a otra. Su desenfado, su indomable irreverencia ha conquistado tanto al público como a la crítica. Películas como Spanish Movie, Promoción fantasma, Tres bodas de más o Superlópez representan una forma de cine original y atrevido dirigido a todo tipo de espectadores. Su cine conecta con cualquier tipo de público. No importa ni la edad ni el origen de la persona. Ahora que ultima 'El otro lado', una nueva serie con Berto Romero para la que repite el equipo técnico de la memorable 'Mira lo que has hecho', era buena oportunidad para pedirle su lista de las pelis españolas que más le han marcado. Ojo a las sorpresas: está 'Amanece, que no es poco' o 'Acción mutante', pero también 'El crack', 'La ardilla roja' o 'Quién quiere matar a un niño'.