Xoán Fórneas
“Llegué a cantar en el metro”
Hoy encadena proyectos como actor, aunque no concibe su vida sin la música. Cambió su Galicia natal por Madrid a los 18 años para formarse en la RESAD. Atrás quedaba el disparatado plan de estudiar Enfermería. Tremendamente inquieto, se embarca en mil cosas cuando falta el trabajo: escribe canciones, dirige, produce…
JUAN FERNÁNDEZ
FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA
Xoán Fórneas (Lugo, 1993) no puede disimular el “momento dulce” que está viviendo. Se le dibuja una sonrisa amplia al hablar de Escape, la última película de Rodrigo Cortés, donde le vimos dando vida a “un personaje muy loco”. Ha sido para este actor gallego “uno de esos regalazos que llegan cuando menos lo esperas”. También están en su lista de trabajos recientes la serie Respira, que Netflix lanzó en septiembre, y la obra de teatro La señora, que representó en verano en el Teatro Pavón de Madrid. Y ha rodado el largometraje Antes de nós en su tierra y como protagonista: encarna al mismísimo Alfonso Castelao, uno de los padres del galleguismo. Aunque confiesa que su mayor satisfacción es que esta estupenda racha profesional esté coincidiendo con un gran momento en lo personal. En su caso, y por lo que cuenta, quizá se trate más de una consecuencia que de una coincidencia.
– ¿Cuánto le influye lo personal en lo laboral?
– Mucho, en nuestro oficio especialmente. Trabajamos con nuestro rostro, nuestro cuerpo, nuestra voz… A mí nunca me ha pasado, pero me imagino lo duro que debe ser tener que subirte a un escenario a interpretar un papel cuando acabas de recibir una mala noticia familiar. Ahora mismo atravieso un momento dulce en el que el trabajo y la vida privada están bien, en sintonía, y eso me permite disfrutar. Pero no ha sido siempre así. En los ocho años que llevo trabajando he tenido parones en los que le das vueltas a la cabeza y te lo replanteas todo.
– ¿Cómo los ha vivido?
– Cuando empiezas a trabajar crees que todo va a venir sin parar. Descubres que no es así, y has de aprender a lidiar con la inestabilidad constante que tiene esta profesión. Los parones no son fáciles. Ha habido días de haberme rayado mucho, aunque siempre me ha salvado la creatividad. Cuando peor he estado, sentía la necesidad de hacer música, escribir canciones, actuar, dirigir, producir… Quizá es la ansiedad de no querer dejar de hacer cosas, pero esos momentos los he aprovechado. He producido cortos, los he dirigido, he sido ayudante de dirección, he realizado cursos… Al final te das cuenta de que esas etapas vienen bien. Mientras trabajas, todo va deprisa. No tienes tiempo ni de pensar. Por eso los parones son buenos momentos para mirarte y ver cómo estás.
– Es usted de una aldea de la Galicia rural. ¿Cómo acabó en Madrid?
– Siempre sentí gran atracción por actuar. Desde los tres años, me recuerdo fascinado por la música, por la tele, por crear historias… Era mi juego. Estaba todo el tiempo escuchando música, cantando, haciendo imitaciones. A medida que crecía, esa fascinación era cada vez mayor. En el cole y el instituto era el que organizaba el carnaval y el festival de fin de curso. Tuve la suerte de que mis padres me apoyaron cuando verbalicé que eso me atraía mucho. Cursé el Bachillerato de Ciencias porque se supone que iba a matricularme en Enfermería. Acababa de empezar la crisis y mi madre decía que debía estudiar algo que me garantizara un trabajo seguro. Si más tarde quería hacer Arte Dramático, podría hacerlo. En ese momento no era consciente del pánico que me dan la sangre y las agujas.
– ¿Descartó Enfermería por ese motivo?
– Fue más sencillo. Recuerdo que estaba en el segundo curso de Bachillerato y un día tuve que ir al médico. Esperé aproximadamente una hora a que me atendieran. En ese tiempo me dediqué a observar lo que ocurría en el centro de salud y pensé: “¿Este es el ambiente que me espera? ¡Ni de coña!”. Así que hablé con mi madre y le dije: “Voy a estudiar Arte Dramático, que es lo que me gusta. Si no me va bien, ya veré después”. Me presenté a las pruebas de la RESAD y me admitieron.
– ¿Qué encontró aquí?
– La escuela me sirvió para saber lo que no quería hacer. Como me gusta mucho la música, pensé en dedicarme al teatro musical. Pero al empezar a estudiar me di cuenta de que lo que me gustaba de verdad era interpretar. Cuando terminé en la RESAD sentí que necesitaba formarme más. Este tipo de centros públicos hacen falta porque dan acceso a gente como yo, gente que no tiene dinero para costearse escuelas privadas, aunque deberían orientarse más a la vida profesional del actor. Eso lo eché en falta.
– ¿A qué se refiere?
– Recuerdo a profesores que eran cañeros y sentaban cátedra cada vez que hablaban, pero se les notaba mucho que no hablaban desde la experiencia. Vi la escuela desconectada del mundo laboral. Cuando salí, no sabía de directores de casting, ni cómo se buscaba representante, ni cómo se preparaban las pruebas… Entiendo que es una escuela de Arte Dramático, pero los alumnos aspiran a ser actores profesionales. Podría tener convenios con el Centro Dramático Nacional, generar sinergias, acercar a los estudiantes al oficio.
– ¿Cómo suplió esa carencia?
– Busqué cursos en escuelas privadas. Y me vinieron bien, aunque aquella fue una época muy difícil. Mis padres son clase media, trabajadores mileuristas. No tenían dinero para costeármelo todo. Me formé en la RESAD gracias a la beca que tenía, que cada curso era menor porque en esos años empezaron los recortes. Me puse a hacer diferentes cosas para ganar algo de dinerillo y sobrevivir. Hice publicidad, trabajé de cantante en cruceros… y llegué a cantar en el metro.
– ¿Qué tal esa experiencia?
– Muy interesante, como otra escuela. Era la primera vez que me enfrentaba cara a cara con el público. Yo no me quedaba en el andén, sino que me metía al vagón: hablaba con los viajeros, les gastaba alguna broma, les cantaba. No era fácil romper esa barrera de vergüenza. Lo hice solo durante unos meses y, sin embargo, me enseñó mucho. Hoy lo pienso y me asombra tal descaro. Imagino que era fruto de la inconsciencia de esa edad. Tenía veintipocos años, quería ser actor por encima de todo, pero carecía de referencias de este oficio a mi alrededor. Ahí te la juegas con lo que sea, tenía poco que perder.
– Hasta que llegó su primera oportunidad como actor profesional.
– Hablar del azar en este trabajo es un tópico. Pero es real. Como de pequeño me gustaba cantar, a veces iba a un programa de música en la tele de Galicia. Alguien que había trabajado en la productora se enteró de que había cursado Arte Dramático y me propuso un casting para una miniserie que iban a grabar. Asistí a la prueba y me llamaron para un papel secundario al cabo de unos meses, cuando ya me había olvidado del tema. Fue mi primera experiencia laboral en el audiovisual. Luego me llamaron para otra serie y me contactó la persona que sigue siendo mi representante. Una cosa fue llevando a la otra.
– ¿Se desenvolvió bien en aquellas primeras incursiones?
– Como pez fuera del agua. Yo había actuado en clase y había cantado en el metro. Y de repente, a un set de rodaje. Me sentía un intruso, pensaba que estaba robándole el trabajo a alguien mejor que yo, tenía el conocido síndrome del impostor. Al principio no podía verme en la pantalla. Solo me encontraba defectos. Aunque no tardé en entender que esa es la única forma de mejorar.
– Su trabajo más extenso se lo brindó la serie Acacias 38, donde superó los 100 episodios. ¿Qué aprendió?
– Mucho. Las producciones diarias son otra escuela. Grabábamos un capítulo al día en dos platós que funcionaban simultáneamente, teníamos que ir saltando de uno al otro y sacábamos una secuencia en apenas 45 minutos, en una o dos tomas, con textos de época y difíciles. Esa dinámica te ayuda a lidiar con la frustración si las cosas no te salen como te gustaría y hace que actúes con arrojo, sin pararte a pensar. Me sirvió para hacer callo, pero no habría querido seguir más tiempo del que estuve.
– ¿Por qué?
– A nivel actoral, las series diarias te obligan a ir al resultado, algo que no me gusta demasiado. Solo importa que las escenas y los capítulos estén en el tiempo acordado, parece que lo demás no cuenta. Y este tipo de ficciones tienen un estigma, se las mira por encima del hombro, lo cual afecta al final a los actores. Es un prejuicio injusto. Me gustaría ver a muchos actores de cine consagrados trabajando al ritmo que se exige en una serie diaria. Permanecí en Acacias 38 un año, justo el tiempo que pensé. A mí me vino bien: aprendí mucho, me abrió puertas para después. Mientras actuaba, hice un curso con Miguel del Arco. Y luego me llamó para representar una obra en los Teatros del Canal. De ahí me salió la miniserie La línea invisible, dirigida por Mariano Barroso.
– ¿Cuándo desaparece el síndrome del impostor?
– He tenido que hacer muchas cosas hasta decir: “¡Coño, soy actor, soy un profesional!”. Empiezo a tener un currículum, pero me doy cuenta de que esto es una carrera de fondo: cada nuevo papel te obliga a empezar de cero y te enfrenta a no saber. Y al hacer cada personaje te enfrentas también a la duda de si te volverán a llamar. Supongo que lo sentimos todos los que nos dedicamos a esto.
– Además de actor, usted también canta, hace música, toca instrumentos… ¿Con actuar no le basta?
– Me siento bastante showman. En cuanto tengo oportunidad, hago cualquier cosa relacionada con la música. Me ha acompañado desde siempre. Si el día es malo, me pongo una canción: así siento que trasciendo ese momento, aunque a veces me haga llorar. La música me modifica mucho en lo emocional. Siempre quise cantar. Y estudié cuatro años de trompeta, tres de piano, fui a clases de pandereta, de gaita, de guitarra… No soy instrumentista profesional, pero la música forma parte de mi vida.
– ¿Le gustaría haber sido músico en vez de actor?
– Me está rondando la idea de montar un show y llevarlo por los teatros con una banda o una orquesta en directo. Lo haré si me va bien y consigo reunir el dinero suficiente para arruinarme invirtiéndolo en un proyecto así. Tengo dos amigos directores de cine que también le dan a todo y lo hemos hablado. Algún día lo haremos.
– Después de una decena de series y varias películas y obras de teatro, ¿qué ha aprendido de la profesión?
– Que este trabajo está hecho por personas y dirigido a personas. El factor humano cuenta mucho. Influye cómo estás tú en cada momento y la complicidad que se da con los equipos con los que trabajas. No siempre la hay, pero cuando ocurre es algo maravilloso, es lo mejor. Como también lo es que alguien te diga por la calle que le ha removido la historia que le has contado.