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06-05-2021


Iván Palomares y Zeltia Montes


“Entender el proceso de trabajo de los actores es fundamental a la hora de componer bandas sonoras”

 

Dos de los compositores más pujantes del audiovisual desvelan cómo influye la labor interpretativa en su oficio


ISMAEL MARINERO MEDINA

FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA

“Si se compone como dicta la costumbre, uno se olvida de perseguir la originalidad. Te dejas atrapar exclusivamente por el oficio, por la tradición, por la mecánica de la rutina, por esa habilidad aprendida y ya aplicada de manera pasiva”, dejó escrito Ennio Morricone en la reveladora autobiografía En busca de aquel sonido. Lo tienen muy en cuenta tanto Zeltia Montes como Iván Palomares, dos de los grandes talentos de una generación de compositores españoles que viene pisando con mucha fuerza. Reunidos en el nuevo estudio de Palomares, donde una carta firmada por el compositor John Williams comparte espacio con la figura de un filme de Hayao Miyazaki, ambos demuestran cómo la constancia y el talento necesitan ir de la mano para prosperar en esta industria.


   Andan siempre al encuentro de algo nuevo y auténtico, y sus trayectorias son tan elocuentes como sus bandas sonoras. La de Montes habla por sí sola gracias a los compases que guían Desenterrando Sad HillAdiós o la reciente Uno para todos. Primero como actor y después como compositor y arreglista, Palomares ha desarrollado una carrera en la que brillan con luz propia trabajos como En las estrellas o Palabras para un fin del mundo, además de sus dos proyectos más recientes para televisión: La cocinera de Castamar, en emisión desde febrero en ATRESplayer Premium, y La templanza, adaptación de la novela de María Dueñas que Amazon Prime Video lanzó en marzo. Música, maestros.


- ¿Cómo llegó cada uno a la composición de bandas sonoras? ¿Fue una evolución natural o desde el principio la idea era especializarse en música para cine?

- [Zeltia Montes]: Yo estudié música desde los cuatro años y también me gustaba mucho la pintura. Creo que fue esa conexión la que me hizo querer explorar la fusión entre un arte sonoro y otro visual. Empecé a pensar en estudiar música para cine, pero en aquella época no había en España ningún sitio en el que pudiera hacer eso. Después de pasar por el conservatorio estuve en una escuela de música moderna, y una profesora me recomendó ir a Berklee, en Estados Unidos. Conseguí una beca y ese fue realmente el principio de todo para mí.


- [Iván Palomares]: Yo escuchaba mucha música desde niño. Tenía buen oído y cierta sensibilidad musical. Teníamos un piano en casa y me encantaba la música de las películas, así que cuando regresaba del cine recomponía la banda sonora, continuaba lo que había oído en la sala improvisando. Pero yo no quería ser músico, sino actor o director, por eso empecé Comunicación Audiovisual y perseguí ese sueño, sin mucho éxito. Cuando menos lo esperaba, me di cuenta de que componer era mi verdadera vocación, así que me puse a estudiar como un animal. Tenía mi trabajo de media jornada y luego me iba trajeado al conservatorio como oyente. Finalmente hice las pruebas y tuve la suerte de encontrar una profesora como Teresa Catalán, que me animó a descubrir todo mi potencial.



- Tras esa etapa formativa, ¿fue fácil conseguir los primeros trabajos?

- [Z. M.]: En mi caso fue un proceso muy lento. Si estableces una relación creativa con un director, siendo optimistas, hace una peli cada tres años, así que la cosa va bastante despacio. También tienes que dar con gente afín a ti, ir encontrando tu estilo… Al principio todo parece un poco arbitrario, intuitivo, y cada acierto supone haber dado unos cuantos palos de ciego. 

- [I. P.]: Mi experiencia es parecida. Cuesta mucho hacerse un hueco. Y en esta profesión no hay término medio: o te mueres de hambre o te mueres de sueño, dedicándole 15 horas de trabajo al día para llegar a la fecha límite. En un largometraje quizás haya 30 o 40 actores, pero compositor de la banda sonora solo hay uno. Es como si te dieran un papel protagonista. Afortunadamente, en la música puedes dedicarte a muchas variantes: componer, dirigir, orquestar, hacer arreglos, producir para otros, dar clases… Cuando surge la oportunidad de componer hay que aprovecharla a tope. Y si hay que dormir menos… pues se duerme menos.


- ¿En qué medida afecta a la composición tener conocimientos sobre interpretación?

- [Z. M.]: De la misma manera que debemos tener nociones de montaje, fotografía o guion, entender el proceso de trabajo de los actores es fundamental. Todos los compositores deberían saber cómo se trabaja un monólogo o cómo se interactúa con otros actores, el porqué de los silencios… A veces la música me parece muy invasiva en relación a cómo un actor ha construido su personaje. La banda sonora debe respetar el trabajo de los actores, apoyarlo, nunca subrayarlo o ir a la contra. Hay que escuchar muchísimo al actor, sus pausas, intentar entrar en lo que está sintiendo… Ser buen músico implica que sepas escuchar todo lo que sucede en una película.

- [I. P.]: Gracias a mi formación actoral, al ver a un intérprete en acción puedo intuir si está trabajando algo sensorial, una historia paralela… todo lo que tiene que ver con el subtexto. La manera de acercarme a cada personaje a veces me lleva a realizar el mismo proceso que cuando hacía teatro: lo analizo de manera orgánica, veo qué sensaciones me genera y hago un trabajo previo para implicarme en esa escena. Es como si fuera actor, pero en vez de utilizar la voz, me expreso a través de la música. La pregunta que me hago es: “¿Qué hay en esta historia que yo pueda contar como si fuera otro personaje más, aunque esté en segundo plano? 



- Cada proyecto es un mundo, pero en líneas generales, ¿cuáles son las claves de sus procesos creativos? 

- [I. P.]: La clave es dónde colocas la música y cómo la haces funcionar. En La templanza me dieron libertad casi absoluta. Me dijeron: “No queremos música de telenovela, queremos algo moderno”. Así que me puse a grabar guitarras españolas, les di la vuelta, empecé a hacer barbaridades absurdas con el sonido… A una escena de carruajes en el siglo XIX le puse música house, también probé con el funk en otra secuencia, hasta que obviamente me dijeron: “¡Te estás pasando!”. Al final todo queda un poco más matizado, pero este tipo de enfoques son los que permiten que salgan cosas frescas. 

- [Z. M.]: A mí me encanta la forma tradicional de componer una armonía y una melodía, cómo se modula, se transforma y hasta dónde se puede llegar con eso, pero también me gusta muchísimo la electrónica y el diseño de sonido. Me ha costado mucho darme cuenta de esto, pero lo que no sabes hacer es tan importante como lo que sí, porque te lleva a inventarte cosas sobre la marcha con los elementos de los que dispones. Es quererte tal y como eres, musicalmente hablando.


- La relación con el director es determinante, entonces. En ese sentido, ¿qué proyectos han marcado un antes y un después en sus trayectorias?

- [Z. M.]: En mi caso han sido dos. El primero sería Frágil equilibrio, porque trabajé mano a mano con Guillermo García López en la construcción del documental. Él me dio una libertad que hasta ese momento yo no había encontrado. Pude descubrir muchas técnicas que nunca había utilizado, cosas de música electrónica, sampleo y creación de instrumentos, y eso luego me ha abierto muchas puertas y ha cambiado mi manera de componer. El otro punto de inflexión lo ha marcado Adiós. Me enfrentaba a algo muy diferente a todo lo que había hecho hasta entonces, pero la sentía muy cercana a mi sensibilidad. Son como pequeños milagros. Cuando sientes que confían en ti casi a ciegas, acaba convirtiéndose en una experiencia personal que te llena y te transforma.

- [I. P.]: El primero en mi caso fue un corto francés: Le vent des regrets. Yo venía de sufrir un problema de salud muy grave y fue lo primero que compuse después de mi salida del hospital. Hubo un momento en el que me puse a llorar mientras componía. Algo hizo clic, nunca me había pasado, excepto trabajando como actor. De repente entendí que podía unir el trabajo actoral, esa verdad, con la música. Hasta ese momento, estaba convencido de que la música era todo oficio, que esa parte tan real e íntima no tenía cabida. Lo mismo me ocurrió después con En las estrellas, una película difícil de sacar adelante. Pero la manera de trabajar de Zoe Berriatúa, con quien había coincidido en mis tiempos de estudiante de teatro, era parecida a la mía. Fue una catarsis, son proyectos en los que notas cómo contactas contigo mismo. Quiero creer que en esos casos la música también suena distinta para el espectador. 

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